Soy horrible. He dejado los dos blogs tirados tiradísimos. ODIADME, ODIADME.
Todo esto se debe a que mi vida es muy estresante... los amigos, el instituto, una casa nueva en la playa a la que tengo que acudir cada fin de semana, Accio Magic, y el proyecto 365 que empecé en mi Flickr hace poquito. No por esto he dejado de escribir, pero sí de publicar.
Bueeeeeeno, buenooo, el caso es que aunque no creo que alguien se pase por aquí, voy a dejar un relato del que espero el fallo de los jueces en mi pueblo. No me merezco ni que nadie lo mire (?)
***
Las volutas de humo del cigarro se mezclaban con los
pequeños copos de nieve que habían comenzado a caer. Axel apretó los gemelos al
motor de la Harley, que aún calentaba, pensando en que pronto sería imposible
estar en la calle helada, ya que el frío se había instalado durante esos
primeros días de diciembre. Si
Pippa no viene en cinco minutos, me largo. Aunque
eso era pedirle mucho. Ella siempre llegaba tarde.
Por suerte para él, una figura se empezó a
dibujar en el blanco de la calle. Oslo era así en invierno: la nieve llegaba
junto a las mínimas temperaturas, se aliaba con los abrigos y no se iba hasta
que pasaban unos meses, en los que llenaba todo de claridad y frío. Cuando la
figura estuvo lo suficientemente cerca como para no tener que entreabrir los
ojos, distinguió a Pippa y su alborotada mata de pelo rojo.
-Hola -Murmuró ella, mirando al suelo. Se apretó en su
chaqueta de cuero -.Hacía tiempo que no nos veíamos.
Tiempo, lo que se dice tiempo, no había sido mucho. Una
semana, más o menos. Seis
días. Pensó. Desde el entierro.
Philippa, la que se hacía llamar Pippa, era así. Pelirroja
de bote, fumadora compulsiva, fanática de la buena música, como ella la
llamaba. Era medio alcohólica, tenía veintitrés años, su mejor amiga. No tenía
ni idea de por qué era así, cuando le daban venazos ariscos o bipolares, pero
Pippa se hacía querer.
-Hola -Repitió Axel, mientras veía como su amiga alzaba los
ojos azules que tenía. Pintados con sombra negra, lo inspeccionaron mientras él
le daba una nueva calada al cigarro.
-Estás muy descuidado, Ax.
Seguidamente, rió con amargura. Porque, de verdad, era
gracioso que ella dijera eso, cuando los mechones rojos se mezclaban con un
pañuelo mal puesto. Cuando un cordón se escapaba de sus botas militares y tenía
esa expresión de resaca en la cara.
-No te lo tomes a mal -continuó. Con aparente calma.
Aparente, es la palabra clave. Porque Pippa no estaba bien, y Axel sabía con
seguridad que tardaría poco en abordar el tema por el que se habían encontrado.
Era mentira ese mensaje que había enviado de 'eh, Ax, hace mucho que no nos
vemos; a las cinco donde siempre' -. La muerte de Ebba nos ha cogido a todos
así.
Ahí estaba el tema. El maldito tema. Axel mascó el nombre
de Ebba mientras desviaba la mirada y Pippa lo observaba. Notó que nevaba con
más fuerza. El silencio se hizo protagonista en la calle desierta, quebrado por
sus leves respiraciones, pintado con una tenue columna de humo. Por el rabillo
del ojo, vio como la pelirroja se llevaba las manos a la cabeza, revolviendo su
pelo. Resopló con brusquedad mientras un montón de ceniza olvidado por todos
caía al suelo blanco.
-No puedo creer que la hayas olvidado.
Zas. Pippa era una víbora. Le disparaba sus frases con tan
poca delicadeza como certeras. Entre las cejas. El comentario, que se
le había espetado en la frente, disolvió una pizca de furia en sus venas. La
especialidad de su amiga era esa, diluir argumentos que enervaban el cuerpo.
-Cierra la boca. No me he olvidado de Ebba.
-¿No? -Pippa compuso una carcajada aguda y sarcástica-. Que
va. Para nada. Por eso siquiera has ido a verla.
Ella no lo entendía. Claro
que no. Idiota y otras
palabras demasiado malas se cruzaron por su cabeza. Como se hacía odiar, la
maldita. Axel no había dejado la memoria de Ebba atrás, perdida y confusa en la
nieve de Oslo. Sólo quería sanear las heridas abiertas, que estaban llenas de
sangre reseca.
-No, aún no te has olvidado -Pippa seguía hablando sola,
confirmando sus pensamientos. Juzgándolo, recriminándole con esos
ojos azules que se le clavaban en lo más profundo. Se le había quebrado la voz,
estaba a punto de romper a llorar -.Pero estás deseando hacerlo de una vez.
De nuevo, la joven había disparado. Y había traído cosas
peores que saña a Axel. Sus palabras envenenadas, más bien dolidas por la falta
de Ebba sólo cogían del brazo recuerdos de la misma. Aunque daba igual. La
pequeña conversación de reproches que se había abierto era una tontería
demasiado grande, porque Ebba era imposible de olvidar.
Ebba. La que traía calor hasta en los peores meses de
Noruega. La rubia de ojos carbones, oscuros como la noche. La que adoraba a los
Beatles y siempre andaba chillando sus canciones. En su grupo de veinteañeros
que pasaban de la vida y gastaban sus años entre humo, ella era la diferente.
Pippa se había preguntado muchas veces que hacía una chica como ella con ellos,
la chusma de la sociedad, como la pelirroja se denominaba. Y es que Ebba bebía,
fumaba, y en general tenía el mismo pensamiento que ellos, pero era afable.
Dulce. Positiva, la que miraba hacia el futuro y les empujaba cuando se
estancaban. La que nunca se portaba mal con nadie, la que controlaba sus
nervios y no acababa como sus amigos, adornando su boca con un chorro de sangre
y unos cuantos moratones. Si le dolían las penas, se las curaba con
ginebra. Sabía encantar a todos. Era lista, era guapa, la única que le
había dicho todo lo que debía decirle a Axel sin quitarse la ropa, hacerle
sonreír con el sujetador abrochado. Su padre había abusado de ella durante su
infancia, y ahora se encontraba así.
Muerta.
Ebba estaría viva si hubiera crecido en una casa normal, y
en esos momentos corretearía por la universidad y estudiaría con los copos
cayendo al otro lado del cristal. Si simplemente, ese chico del bar no le
hubiera echado esas pastillas en el whisky, su corazón seguiría latiendo. Pero
no era así, porque todas esas cosas habían ocurrido al revés. Nunca iría a la
universidad, con una familia esperándola para cenar, ni llegaría a su
apartamento con Axel después de otra monótona noche en el bar.
Desde luego, Ebba no se merecía eso. Ella era la que menos se había ganado
acabar con la piel blanca como el papel, más guapa que nunca en un viejo
tanatorio. La que había aguantado con una sonrisa mientras el mundo le daba
palos.
Al tiempo que Pippa y Axel se habían sumido en los
recuerdos, la nieve seguía cayendo, ella lloraba con quejidos y unas lágrimas
silenciosas helaban las mejillas del muchacho.
-Perdóname -Sollozó Philippa. Un escalofrío recorrió su
columna. Si por el frío o por la pena, no lo sabían; no importaba-. La querías
mucho. Lo siento. Soy idiota.
Axel suspiró. Apenas sentía los dedos, enfundados en el
abrigo, pero en un gesto lento los sacó para abrazar a su amiga, que quebraba
la nevada. Eso era lo más parecido a 'no
pasa nada'.
Nunca se olvidarían de Ebba. Ni ellos, ni nadie. Axel aún
recordaba cuando citaba a Benedetti para darle un buenos días personal, sólo
para él. Te quiero porque tu
boca sabe gritar rebeldía. Y
como después cargaba el café con tres cucharadas de azúcar y se excusaba
diciendo que la vida ya era bastante amarga. Ebba se había ido entre las
corrientes de aire, se había escapado con toda la alegría que les quedaba en el
cuerpo y letras de los Beatles inacabadas.
-La nieve no va a borrar su
rastro, Pippa –Musitó Axel, con una débil sonrisa.
Se separó de la chica y la miró.
Aún llorando sin hacer ruido, parecía dispuesta a conseguir que eso fuera verdad.
Que la nieve no se llevara a Ebba por completo.
La Harley arrancó de nuevo en ese
lugar suyo de Oslo cuando la ventisca se hizo mayor a sus fuerzas. Cargada de
recuerdos con heridas que esperaban al tiempo, para que no doliera al mirar.
***
En fin, espero que os haya gustado... ¡Un besazo!